BANDERÍN SACRAMENTAL

Alpaca plateada y terciopelo rojo, 1983.

Talleres de Orfebrería Villarreal bajo diseño de Jesús Castellanos Guerrero.

 

Nos encontramos ante una pieza de marcado interés tipológico poco frecuente en la actualidad. Frente a los más usuales estandartes con forma de simpecado, lábaro o bandera, en este caso se responde a una especificidad propia de las procesiones eucarísticas. El esquema empleado parte de un rectángulo al que se sustrae parte de su superficie en una de sus esquinas inferiores, resultando una estilización de la idea de una mano señalando. Así, el banderín o guión sacramental recoge la misión de señalar o guiar la vista anunciando lo que viene detrás, en el caso más común la custodia con el Santísimo Sacramento. A diferencia de muchos ejemplares clásicos de este formato de banderín, simplificados a dos rectangulos unidos, el que nos ocupa ha sido recortado con tres ondulaciones que sugieren de forma mucho más enfática el simbolismo de la mano al que hemos aludido. Si bien la insignia se procesiona en la estación de penitencia del Viernes Santo, formando parte del cortejo de nazarenos, la misma adquiere auténtica carta de naturaleza en la procesión de la octava del Corpus Christi que la Archicofradía recuperó y sigue celebrando.

El diseñador Jesús Castellanos hizo pues una reinterpretación muy interesante de los característicos banderines eucarísticos existentes en nuestras antiguas hermandades sacramentales; concediendo toda la importancia al propio sentido de exaltación y anuncio de la presencia de Dios vivo, el enser fue concebido en un elegante equilibrio entre las zonas de soporte textil desnudo y una ornamentación contenida que sugiere la idea de pequeñas guirnaldas. Situando tres cartelas en las esquinas, en las que se reproducen símbolos eucarísticos (uvas y espigas, un cáliz con la sagrada forma, los panes y los peces) -recordemos que una cuarta esquina habría sido recortada persiguiendo el simbolismo explicado-, el resto del ornato se distribuye en lóbulos decorativos de rocalla que producen un grácil efecto de transparencia sobre el terciopelo.

En el centro de la composición de la cara principal, encontraremos un bajorrelieve de metal cincelado con uno de los principales símbolos de la eucaristía: el Cordero del Apocalipsis. El símbolo del cordero aparece formando parte de algunas prefiguraciones eucarísticas como el Sacrificio de Isaac o el Cordero Pascual previo a la partida de Egipto, significando inocencia y sacrificio, por lo que se ha venido identificando tradicionalmente con la figura del propio Cristo inmolada. Así cobra sentido el hecho de que aparezca representado junto a un lábaro de la victoria -un banderín desplegado que pende de un vástago coronado por una cruz-. En este caso queda identificado como figura apocalíptica, al quedar asentado sobre el libro de los siete sellos: “Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Y vi a un ángel poderoso que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y de desatar sus sellos? Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro ni mirar su contenido” (Apocalipsis, 5 1-3). La cara trasera de la insignia ostenta el escudo de la Archicofradía en metal dorado, y sobre éste una inscripción en caracteres capitales con el lema que figura en el escudo y hemos descrito en el estudio del guión corporativo. Finalmente, resulta interesante que observemos el remate del asta de metal plateado con que se porta el enser: sobre la macolla, un querubín sostiene una custodia que constituye una versión bastante cercana de la custodia que realizara en 1941 el orfebre David Esteve para la parroquia de San Juan Bautista, con la que se realizan los cultos eucarísticos de la Archicofradía.

 

Esta insignia va flanqueada por un par de FAROLES:

Madera barnizada y metal plateado, 1982.

Talleres de Orfebrería Villarreal bajo diseño del propio taller.

Estos enseres fueron realizados a partir de un diseño seriado ofrecido por el propio taller de orfebrería. Así, responden a una concepción muy esquemática y sencilla de faroles de mano de reducido tamaño de planta cuadrada y cuyas caras acristaladas poseen un esquema trapezoidal. Se articula mediante pequeñas pilastrillas labradas en las esquinas de las que surgen cuatro ondulantes brazos tenantes que sostienen una fina corona, en una solución muy simple del cuerpo cenital que facilita el encendido de los cirios. En número de dos escoltan a la insignia sacramental.