CORONA EN PLATA DE LEY SOBREDORADA

La corona de Nuestra Señora de los Dolores es un ejemplar de máxima significación en el patrimonio de la Archicofradía, y fue labrada en la Joyería Carrera y Carrera de Madrid bajo un original diseño del artista y hermano de la corporación Fernando Prini Betés. La pieza fue realizada en plata de ley sobredorada, enriquecida con esmaltes, perlas y pedrería, con la finalidad de culminar los actos que se celebraron en 1988 con objeto del tercer centenario de las primitivas constituciones de la Hermandad.

Un triduo solemne precedió a la imposición del tributo regio, para lo que la imagen fue excepcionalmente dispuesta en un altar de cultos en que la bambalina frontal del palio hizo las veces de dosel. En la solemne función religiosa del 24 de septiembre, se le impuso la corona. La Virgen de los Dolores ocupó un lugar preeminente en el presbiterio de San Juan, expuesta al devoto besamano ante la suntuosa maquinaria de su altar. Fue vestida con su clásica saya de bordados antiguos y el manto de procesión de la Virgen del Traspaso y Soledad de Viñeros. La imborrable estampa se ha convertido en una imagen recurrente para la Archicofradía. En aquella ocasión el Rvdo. D. Manuel Montero fue el responsable de tan solemne acto. Esta ceremonia se hizo apenas un mes después de concluir el año mariano decretado por San Juan Pablo II.

La singularidad de la corona proviene a partes iguales de la personalidad incontestable de su diseño y de la virtuosa recreación plástica, mediante un finísimo trabajo de joyería insólito en el  panorama  cofrade malagueño, que constituyó un antes y un después en ese contexto. Para acometer la labor, la Archicofradía se comprometía a aportar la plata necesaria, mientras que el joyero donaba los diamantes y la pedrería, siendo valorado el trabajo del noble metal en alrededor de 150.000 pesetas, según consta en las actas.

Frente al inmovilismo del estilo en la orfebrería, condicionado por tendencias estéticas estandarizadas, Fernando Prini resucitaba en su dibujo algunos de los anhelos de la estética del barroco tardío, renovando un interés que se ha visto reflejado en realizaciones de otros autores. En el siglo XVIII tuvo especial predicamento en toda Andalucía un estilo de corona en que el “gorro” se achataba en proporciones, avanzando una impronta característica y dando lugar a una morfología conocida como “atrebolada”, por su composición trilobular. Algunos ejemplos serían las coronas de la Virgen de los Remedios (Mártires) y del Rosario (Sto. Domingo). En las coronas dieciochescas, la línea de las bandas conocidas como imperiales se abomba, siguiendo el apego de la arquitectura del XVIII hacia las formas bulbosas.

Fernando Prini parece seguir muy de cerca la línea estilística del platero sevillano Juan Ruiz, documentado a finales del XVIII como autor de la corona de la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso de Sevilla – Hdad. del Gran Poder-, quien ejecutó una pieza paradigmática. Los imperiales fueron concebidos en una secuencia triple mediante molduras de consistencia arquitectónica, “ces” que se alternan un ritmo cóncavo-convexo. Años después, Prini regresaría a este concepto para fundamentar el diseño de la corona de Santa Cruz -San Felipe Neri-. Esos imperiales arquitectónicos bien son un reflejo de tipologías arquitectónicas como los templetes de imágenes marianas, como el de nuestra Patrona, Santa María de la Victoria, o los muchos que podemos encontrar en la vecina ciudad de Antequera.

El canasto se ensancha armoniosamente desde el aro de la base, con una ornamentación atípica de ritmo orgánico, asimétrico y dinámico de hojarascas vivaces. En los entrepaños, cartelas ovales de marco irregular con pequeños esmaltes de cuidada factura y simbología mariana.

El original remate, inserto en el interior de la ráfaga, consiste en un corazón corpóreo traspasado por siete puñales y del que florece una azucena. Se erige sobre un orbe, realizado a partir de una perla de tamaño considerable y orlada de diminutos diamantes.

La ráfaga es capítulo aparte, por tratarse de una auténtica proeza que sobre el papel bien pasaría por imposible. Fernando Prini ideó aquí una concepción aérea y volátil del ornamento, consiguiéndose con la filigrana un efecto de gracilidad, ligereza y transparencia.

Amplio conocedor de la obra de diseño y orfebrería de Cayetano González, malagueño afincado  en Sevilla, tomó inspiración de una de sus obras geniales, la corona de 1954 para la Amargura (Sevilla), en la que el arabesco vegetal de su ráfaga ya se desarrolló con total  corporeidad. Con una sutileza aún mayor, Prini planteó sendos tallos de hojarasca a uno y otro lado del canasto, en la idea de que el joyero las hiciese en todo su volumen, interpretando cada hoja, cada ramificación, cada nudo y cada flor como una pequeña escultura. El resultado habla por sí solo: los tallos despliegan sus zarcillos hacia fuera, tanto en la cara anterior como en la posterior. Cada una de las piezas vegetales ha sido trabajada con autonomía, por lo que nos encontramos ante la representación de una naturaleza vivaz. Merece la pena detenerse en las esmeradas azucenas, que florecen en todos los sentidos y despliegan sus tímidos estambres al exterior, casi ajenas a la rotundidad de la corona. Flores de joyería con gran tradición en las artes suntuarias de la Iglesia.

La gracilidad de la ráfaga se aprecia también en la aureola de rayos, tan finos que casi desaparecen a la vista. Para enmarcar la corona, se planteó una moldura de sección cilíndrica y profusamente decorada, que sigue un original trazado mixtilíneo de diseño muy libre y movido.

El conjunto es brillante por la originalidad compositiva, por la excelencia del trabajo y por la transparencia alcanzada. Su éxito radica también en la génesis de un modelo. El propio diseñador, bajo el influjo de esta bellísima materialización, retomó ese concepto más tarde.

Otras coronas que proyectó después -Amor, Penas, Gracia y Esperanza-, se basan en ese ornamento con alma de joyería. Esta corona animó a revisitar los diseños clásicos del XVIII, invitando a un renovado interés por lo antiguo en el que otros diseñadores se adentraron.

 

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