Óleo sobre lienzo, terciopelo burdeos y metal plateado, 1988.
Pinturas de Carlos Monserrate Carreño.
El estandarte constituye una de las insignias de mayor tradición en el ámbito procesional, dotado además de unas connotaciones específicas en las cofradías malagueñas, como veremos. Ya desde el siglo XVII, este enser tenía un rango institucional importante, tal y como queda plasmado en muchos protocolos notariales. Habitualmente, el estandarte se compone en base a una traza cuadrangular -normalmente un rectángulo estilizado- de la que penden, en la mayoría de ocasiones, dos gallardetes triangulares, dotándolo de una peculiar forma que algunos historiadores han apreciado como semejante a una llama y por tanto símbolo intrínseco de fe. Parece muy evidente que los primeros estandartes fueron los simpecados concepcionistas, asociados al culto de la Inmaculada Concepción; es por ello que en muchos lugares se conserva ese vocablo y constituye una insignia eminentemente mariana. Es en Málaga donde, con el tiempo, se desarrolló una insignia paralela dedicada a la representación del titular cristífero. Así, en nuestra ciudad se desarrolló a partir de los primeros años del siglo XX una tendencia en la que primaba el elemento pictórico y representacional de la imagen -a modo de retrato- sobre las antiguas formas de representación, aprovechando el renacimiento que experimentó la pintura durante la eclosión de la burguesía en el siglo XIX y su especial predilección por la pintura como elemento de coleccionismo. Entre 1914 y 1916, la Hermandad del Santo Sepulcro se erigió en pionera de esta reinterpretación de los estandartes, procesionando sendas pinturas de los afamados Pedro Sáenz y especialmente, José Moreno Carbonero. Desde un aspecto formal, un alto porcentaje de los estandartes ejecutados desde entonces responden a la categoría del retrato más o menos literal de la imagen, tal y como podremos observar en los dos estandartes -del Cristo de la Redención y de la Virgen de los Dolores- que ostenta la Archicofradía. Así, el estandarte se acaba convirtiendo en un recurso anunciante y convocativo de la llegada del sagrado titular, alejándose de premisas simbólicas u otras menos directas.
Los estandartes de la Archicofradía fueron pergeñados de un modo muy sencillo; sobre la forma esquemática del rectángulo acabado en gallardetes, sendos óvalos enmarcan la visión en primer plano de cada uno de los sagrados titulares. Es por ello que el único elemento de estas insignias que merece glosa son las pinturas que centran las piezas, óleos del pintor malagueño y hermano de la Archicofradía Carlos Monserrate, artista formado en los años de su adolescencia en la antigua Escuela de Bellas Artes de Málaga, sita en el Ateneo, tiempo desde el cual cultivó su pasión por la pintura con la profesión de funcionario. Ambos fueron concebidos mediante un lenguaje cercano a un naturalismo posimpresionista, en que la pincelada suelta y los fondos neutros dan lugar a una evocación bastante eficiente de las imágenes, desarrollando aquí también la faceta retratística de la que el autor ha sido un consagrado referente -habiendo llevado a cabo diversos retratos de obispos de la ciudad y de varios ministros del gobierno-.