María Encarnación Cabello Díaz
Doctora en Historia
“De el adorno en el vestido/ no hago gala, que reparo/ pues la gala no me llevo/ no la llevo, aunque la traigo (…)”.
Traemos aquí un fragmento del poema “Autorretrato: Píntase el poeta a sí mismo” del escritor, cofrade y militar malagueño Juan de Ovando y Santarén. Más que a sus rasgos físicos (excelentemente plasmados al papel por nuestro hermano archicofrade, Fernando Prini) el poeta hace aquí mención a sus nobles e ilustres orígenes, a los que añadía riqueza, cultura y valores religiosos.
Personaje importante e indiscutible del siglo XVII malagueño, no ha recibido el reconocimiento que su vida y su obra merecían. Sólo algunos eruditos locales del pasado y un escaso número de profesores actuales se han detenido en el análisis de su dilatada trayectoria existencial.
Nacido en Málaga en 1624, año en que el rey Felipe IV visitó nuestra ciudad, acontecimiento glosado por el poeta años después: “Vino a ver nuestros portentos (…), entre otros, a la Virgen de la Victoria, pilar devocional vital de nuestro protagonista. Era tan fuerte su amor por la imagen de nuestra patrona, que añadió esta advocación a su nombre, pasando a autodenominarse Juan de la Victoria “(…) por esclavo de esta Señora”, entregándole su alma a través de una escritura y ciñéndose su correa. Se alistó en la Orden Tercera de San Francisco de Paula, fundador de los Mínimos, en cuyo templo estaba la imagen de la Virgen. Afecto hacia Ella que también se ve reflejado en el hecho de llamar Victoria a la mayor de sus hijas.
En sus “Dézimas a Nuestra Señora de la Victoria” relata un acontecimiento portentoso, calificado por él de milagro, cuando la Virgen lo salvó de la muerte al caer a un socavón en unas obras ejecutadas en su iglesia. Después de orar mirando la virginal imagen, se marchó andando de espaldas para no perder de vista su rostro y de este golpe salió completamente ileso: “Gran Señora: Mi caída/ no la tengo a mala suerte,/ que no tropieza en la muerte/ quien tiene a vista la Vida”.
Su ya existente fervor religioso se acrecentó con este suceso concebido por él como un favor de la Patrona, y como agradecimiento, donó a la imagen una media luna de plata en el año 1666 y le dedicó el poema antes mencionado. Además, su fervor religioso le llevó a afiliarse a la Escuela de Cristo establecida en la iglesia del Hospital de Santo Tomás.
Este inmenso deseo de estar cerca de la Virgen, quiso perpetuarlo más allá de su muerte (1706) lo que le llevó a construir la cripta familiar bajo la capilla de San Francisco de Paula, en la basílica de la Victoria, cimentada y labrada con su propio caudal sin ayuda alguna. En aquella época, parece ser que dicha capilla estaba situada en el crucero en el lado de la Epístola, ya que, a lo largo de los tiempos, ha cambiado varias veces de ubicación, coincidiendo la de entonces con la posición actual.
El fervor hacia el fundador de la Orden Mínima, le induce a escribir parte de su vida y milagros en forma de una oración de ciego en quintillas: “Cosas que dél manifiestan / para numerar no ay pluma;/ por ser inmensas, molestan,/ y yo no puedo hacer suma/ de los milagros que restan”.
Pasear por la dilatada vida de Ovando, sería imposible sin la extensa y minuciosa aportación que el profesor Cristóbal Cuevas hace de ella, incidiendo en sus valores personales y literarios. Según este ilustre investigador, “la juventud de D. Juan es una mezcla de acción, aventuras amorosas y religiosidad”. Apasionado al estudio de las lenguas clásicas y modernas, conocía perfectamente el latín, el francés, el portugués y el italiano, idiomas en los que escribía, adentrándose en la literatura antigua y de su época.
Por su condición castrense, participó en hazañas bélicas en Italia, país que conocía a la perfección. Sus proezas militares le llevaron a ser nombrado caballero de la Orden de Calatrava y capitán de las Milicias de Málaga. Su obra “Orfeo militar” glosa el valor de las tropas cristianas frente a las milicias turcas que invadieron varias ciudades de Europa.
Insigne poeta barroco se consagró definitivamente con su obra “Ocios de Castalia en diversos poemas”, donde hace gala de su admiración por Góngora y Quevedo. Extensísimo trabajo donde se muestra su inmensa erudición. A este libro, habría que añadir otros muchos dedicados a temas y personajes muy diversos, de los que se conservan manuscritos autógrafos.
Traer aquí estas pinceladas sobre la vida de Ovando, es a consecuencia de la divulgación documental que el archivo de la archicofradía de Dolores de San Juan está realizando desde hace un tiempo. En este caso, llega a nuestras manos el documento de Fundación de dicha Hermandad. Según este escrito, la cofradía del Santo Cristo de la Columna, sita en la parroquia de San Juan, no podía costear por sí sola los abundantes gastos ocasionados por la procesión del Miércoles Santo. Al tener conocimiento los hermanos que la componían de que éste había sido el motivo de la desaparición de algunas cofradías, como por ejemplo la de Nuestra Señora de la Soledad, se prestaron gustosos a aceptar la solicitud presentada a Juan de la Victoria Ovando y Santarén (hermano mayor del Santo Cristo de la Columna) por Pedro Brito y Cortés (buen amigo de Ovando), Diego de Talavera y Bernardo de Herrera, con el ánimo de pedir la separación de la hermandad matriz y fundar una propia e independiente. Estos hechos ocurrieron el día 15 de abril de 1675, conservando la nueva corporación nazarena su anterior título de Nuestra Señora de la Soledad, que, años después (1687), pasaría a llamarse Nuestra Señora de los Dolores, como resultado de un pleito habido con la Soledad de Santo Domingo, quien demostró ser anterior en dicha advocación de la Soledad.
En el aspecto cofrade, Ovando era hermano mayor de la cofradía de la Columna, privilegio heredado de su padre, Esteban de Santarén y Ovando, quien era portador del estandarte en la procesión de dicha corporación. Su hijo Juan desempeñó este cargo hasta que sus achaques y avanzada edad se lo impidieron, dejándolo en herencia a sus familiares más próximos.
De su piedad y afecto a los hermanos que sufrían, da cuenta su participación en auxiliar a los malagueños, junto a Fray Alonso de Santo Tomás, en las epidemias y terremotos que, a lo largo del siglo, asolaron la ciudad.
En el aspecto personal, su arraigada fe en Dios, se manifiesta en la resignación, luego de la desesperación, ante la muerte de su joven primera esposa, Agustina Rizo Méndez de Sotomayor, sobrina nieta del secretario de María Estuardo, por la que mostró un amor apasionado que dio origen a su libro “Poemas lúgubres”, monumento elegíaco literario dedicado a ella: “Aunque a costa del grave sentimiento,/ gusté, cuando el Criador me lo pedía,/ que se volviera a vos, pues no era mía (…)”.
Pasado el trágico tiempo del duelo, volvió a contraer matrimonio, seis años después, con Rosa María de Negro y Lomelín, dama de alta alcurnia emparentada con los duques de Génova.
Su existencia transcurrió durante los reinados de Felipe IV y Carlos II, alcanzando los primeros años de Felipe V. Murió en Málaga a los 82 años de edad, dejando cinco hijos legítimos y uno natural, según él mismo declaró en su testamento.
Pies de fotos:
1.- “Píntase el poeta a sí mismo”, del libro Autógrafos, Juan de la Victoria Ovando y Santarén, transcripción, texto y estudio introductorio de Cristóbal Cuevas y Salvador Montesa Peydro, pág. 47
2.- Juan de Ovando, Recreación de Fernando Prini
3.- Escudo Juan de Ovando y Santarén, figura al frente de la Memoria fúnebre
4.- Placa conmemorativa de la visita de Felipe IV, Puerto de Málaga, foto: autora
5.- Xilografía de Santa María de la Victoria (detalle), 1688, Archivo del Ayuntamiento de Málaga
6.- San Francisco de Paula, ubicación actual en el santuario de Santa María de la Victoria, foto: autora
7.- Ocios de Castalia, pág 91
8.- Fundación de la Hermandad de Ntra. Sra. de Dolores de San Juan, y Inbentarios, años 1799 y 1842. Nº 21, pág 1
9.- Portada del libro Poemas Lúgubres