MATER DOLOROSA

Plata de ley -1790- y bordados sobre terciopelo negro, 2000.

Platero José Peralta Verdugo -placa central- y bordados de los talleres de Manuel Mendoza Ordóñez bajo diseño de Fernando Prini Betés.

 

Nos encontramos sin lugar a dudas ante la pieza patrimonial de mayor valor histórico-artístico de cuantas posee en su haber la Archicofradía, en lo que a artes suntuarias se refiere. De una parte, por el altísimo nivel técnico en su ejecución, y de otro por el magnífico estado de conservación que presenta la placa central. Fue en 1790 que el hermano y directivo de la cofradía, el platero José Peralta Verdugo, realizase la pieza central de plata de esta insignia, concebida en su tiempo como placa de mayordomía. José Peralta esta documentado al menos desde 1777 como platero, ya que desempeñó el puesto de mayordomo del Colegio de Plateros de Málaga, siendo su principal función la de acometer apreciaciones de alhajas; en años posteriores, siguió ostentando diferentes cargos dentro de ese órgano colegiado -fiscal, alcalde, veedor-. Datos estos que nos ayudan a situarlo cualitativamente en el contexto gremial de aquellos años, posicionándolo como una figura de primer orden en los últimos años del siglo XVIII.

Como hemos dicho, la placa central del Mater Dolorosa actual fue en su tiempo placa de mayordomía. Estas placas pectorales eran siempre realizadas en metal noble -habitualmente la plata de ley- y se lucían sobre el pecho por aquellos que ostentaban el cargo de mayordomo en las cofradías, un puesto equivalente al actual de hermano mayor. Así, el sentido distintivo de la pieza se veía incrementado por el considerable tamaño de la misma, toda vez que en la mayoría de los casos consistía en un amplio cartelón de silueta más o menos oval que ocupaba buena parte del torso del hermano en cuestión. Al tratarse de un elemento representacional, la iconografía de este tipo de piezas solía ser la propia del sagrado titular en torno al que se congregaba la corporación, en este caso la Virgen de los Dolores. De alguna forma, esta cartela iconográfica conectaba con otras representaciones muy similares desarrolladas en las Cartas de Hermandad, documento por el cual los hermanos se afiliaban a la misma. En este sentido, cabe decir que en las hermandades malagueñas fue común el uso de este distintivo por encima de una representación de tipo heráldico, cuyo uso es mucho más frecuente en la actualidad.

La placa de mayordomía de Nuestra Señora de los Dolores posee la innegable impronta de una obra realizada a finales de la centuria dieciochesca, evidenciándose un total afianzamiento de los elementos ornamentales, que se desenvuelven aquí con una gracilidad fuera de lo común. El fastuoso diseño de la cartela se despliega en función de numerosas ces de rocalla que se solapan y entrecruzan hasta conformar un todo armónico de silueta ovalada y perfiles mixtilíneos que aportan dinamismo a la pieza. Todo ello colabora a la impresión de encontrarnos ante la versión en orfebrería de los pictóricos rompimientos de gloria. En esta línea, la imagen aparece sostenida por una nubecilla  que remeda en voluptuosidad las formas carnosas de la rocalla cirundante. Algunas flores y tallos con hojas de aspecto turgente salpican el entramado con elegante delicadeza, hasta el punto de remitir a las decoraciones de las porcelanas barrocas. En la cúspide de la composición, un regio doselete enmarca la figura de la Virgen, emergiendo de su interior sendos cortinajes recogidos y anudados a las formas ornamentales de la cartela, dándose una absoluta imbricación entre todos los elementos. En la parte inferior, bajo la imagen, encontramos una versión esquematizada de la cruz de Malta orlada con una palma y un laurel, que la vincula de modo fidedigno con la parroquia de San Juan Bautista.

La imagen de Nuestra Señora de los Dolores aparece figurada al estilo de los verdaderos retratos que se estilaban entonces, por lo que debemos asumir que la imagen podía presentar un aspecto muy similar al recogido en esta pieza. De hecho, la daga de hoja larga que le atraviesa el pecho podría ser reconocible como uno de los puñales que aún conserva la cofradía procedente del periodo barroco. La talla de candelero se muestra vestida con el entonces común miriñaque o guardainfante, ya que en el aderezo de las imágenes marianas se imitaba la moda cortesana, siendo por tanto la saya de mayor envergadura respecto a las que en la actualidad se usan. La pieza superior, independiente, semeja un corpiño con mangas cuyo acabado bajo la cintura se acerca a la forma de una estola. Todo el tejido del vestido, de un plisado zigzagueante, ha sido escrupulosamente reproducido al milímetro. Son apreciables, gracias a la pericia del orfebre, detalles tan minuciosos como el largo collar de perlas que luce colgado al cuello, así como la flor que exorna su pecherín o los diminutos detalles del encajillo que festonea las mangas y el manto. Como podemos comprobar, la imagen no posee rostrillo de ninguna clase, cayéndole el manto directamente sobre la cabeza a modo de toca. Por último, advertir que el nimbo de rayos y estrellas que circunda la cabeza posee una estructura muy similar a las ráfagas de aquel periodo, de las que precisamente la hermandad cuenta con un ejemplar.

Debemos hacer hincapié en el ineludible virtuosismo de que hace gala José Peralta en esta obra única en su género -otras del periodo han resultado ser mucho más ingenuas-, resaltando especialmente las diferentes calidades del cincelado aplicado en las superficies, mostrándose muy diversos acabados texturales según la superficie representada. Tal y como ocurrió en la pintura barroca, en que los artistas se denodaron para alcanzar la plasmación del aspecto genuino de tejidos, metales o vidrios, en esta obra de platería se pueden distinguir diversas tonalidades -si se permite el término- de bruñido, punteado y matizado, acordes con la idea de representar elementos tan dispares como una nube, un elemento vegetal que procede de la naturaleza o un elemento puramente ornamental que deviene de la arquitectura o las artes decorativas.

Tras su uso durante siglos como placa de mayordomía, esta pieza acabó figurando como elemento central del guión corporativo en aquellos primeros años en que la hermandad fue repuesta al culto externo, desde 1978. Asimismo, se tomaría como referencia para la elaboración del molde para las medallas de hermano, y con ese diseño se ha perpetuado hasta nuestros días, dándose la circunstancia de que la antigua placa de mayordomía cuenta aún hoy con un nivel de representatividad muy alto en cuanto al valor icónico y simbólico que comporta. Con el bordado de un nuevo guión heráldico más acorde a la tendencia predominante entre las hermandades, la Archicofradía quiso reubicar la pieza de platería en una insignia propia con la que realzar el propio mensaje iconográfico. Así, tres años después, se estrenó el enser denominado Mater Dolorosa, un estandarte específico de la propia advocación de la imagen titular. Fernando Prini proyectó este lábaro con una forma muy cercana al escudo francés antiguo (un rectángulo acabado en ojiva), en la que la ornamentación de estilo rococó se distribuye exclusivamente en una delimitada franja perimetral. El espacio de terciopelo negro sin recamar ofrece la posibilidad de apreciar las excepcionales calidades de la placa argéntea en todo su esplendor, y apenas se ha incluido un liviano y elegante nimbo de rayos elaborados con canutillo que enfatizan el nuevo valor icónico de la antigua placa de mayordomía. Una escueta leyenda superior y el corazón traspasado en la zona inferior terminan de establecer con claridad la funcionalidad parlante del enser.