Reyes Escalera Pérez
Universidad de Málaga
En el Archivo de la archicofradía se conservan dos cartas firmadas por el director General de Bienes Culturales (Junta de Andalucía) don Jesús Romero Benítez enviadas al hermano mayor don José Antonio Bermúdez Alba. La primera está fechada el 5 de junio de 2007 y en ella se solicita la “Candelería procesional del Trono de la Virgen de los Dolores” como préstamo temporal y la segunda, con fecha de 19 de febrero de 2008, se agradece la colaboración prestada.
¿En qué consistió dicha colaboración? Volvamos la vista atrás, al año 2007, en el que tuvo lugar el proyecto cultural Andalucía Barroca organizado y financiado por la Junta de Andalucía. Concebido con una perspectiva totalizadora e interdisciplinar, su desarrollo se concibió para revisar y poner en valor el amplio espectro del barroco andaluz, y para ello se celebraron numerosos eventos y actividades culturales. Entre ellos destacan un Congreso internacional que tuvo lugar en Antequera, seis exposiciones monográficas y una itinerante, restauraciones de edificios y bienes muebles, conciertos de órgano, coloquios y conferencias.
Málaga fue la sede de una de las exposiciones mencionadas, titulada «Fiesta y simulacro», que se celebró en el Palacio Episcopal desde el 19 de septiembre al 31 de diciembre de 2007 comisariada por la doctora Rosario Camacho y quien escribe este texto. En ella se exhibieron más de 130 piezas relacionadas con las celebraciones barrocas que contribuyeron a su esplendor.
Las arquitecturas y decoraciones festivas de la Edad Moderna eran de “quitaipón”, es decir, estaban pensadas para una existencia temporal, por lo que solo han perdurado a través de las Relaciones, textos que las describen, y de dibujos y estampas que las representan. Por esta razón, en esta exposición se recrearon dos piezas para dejar constancia de las que se hicieron en épocas pasadas. Una de ellas fue la Tarasca, elemento representativo de la procesión del Corpus Christi que se exhibió en el patio del Palacio, recreándose la que formó parte de la procesión del Corpus de Granada de 1760. Tenía cuerpo de un dragón con siete cabezas –que simbolizan los pecados capitales– y estaba gobernada y dominada por la imagen de la Fe sobre un castillo, que la convierte en inexpugnable para imponerse sobre la bestia. En la actualidad se exhibe en la colegiata de Santa María de Antequera.
La otra pieza diseñada exprofeso fue un túmulo[1] que se dispuso en la capilla del palacio, que recreó las máquinas efímeras que se instalaban en las catedrales o iglesias para conmemorar la muerte de un personaje notable. Una vez terminada la función fúnebre se desmontaban, aunque en ocasiones se guardaban para reciclar los materiales en un nuevo catafalco, aunque no siempre ocurría así pues las modas cambiaban, y se diseñaban nuevas formalizaciones. Esa desaparición nos ha impedido conocer y admirar estas suntuosas construcciones, plenas de imágenes alegóricas, jeroglíficos y poesías.
Este catafalco se realizó con voluntad didáctica y sin ánimo de que perdurara, entendiendo que era una ocasión única para que se pudiera contemplar lo que vieron y admiraron nuestros antepasados. Fue diseñado por Alfonso Serrano con las informaciones proporcionadas por las comisarias, y sigue modelos de los representados en los libros de Exequias del Barroco. Trabajaron en su montaje diferentes profesionales como Francisco M. Zambrana como coordinador, el escultor Raúl Trillo, José A. Pardo, Juan Manuel Barrera, Rafael de las Peñas y Carlos Marín y las empresas «Quibla Restaura» y «Artemontaje».
Adoptó la forma de templete clásico y, alzado sobre basamento que imita mármol gris, estuvo definido por cuatro columnas torsas, de tonos rojizos a modo de pórfido, sosteniendo una cúpula rematada por una cruz. Los frentes se abrían por arquerías de medio punto, y en las jambas se colocaron esqueletos que parecían hacer guardia apoyados en sus guadañas; sobre ellos representaciones de las virtudes y colgando de las claves unas cartelas rococó con amenazadoras inscripciones. En ellas y en los esqueletos se tuvieron presentes motivos de la cripta de la iglesia de la Victoria de Málaga, mientras que las virtudes intentaron recrear las de los órganos de la catedral. El lecho funerario se cubrió con dos ricos, aunque austeros y solemnes, paños de terciopelo bordado en plata, que fueron facilitados por la Pontificia y Real Congregación del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas y Nuestra Señora de la Soledad de Málaga (Mena) –bajo el catafalco-, y el que lo cubrió, del siglo XVIII, por la Archicofradía del Santísimo Sacramento, Pontificia y Real de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Pasión y Señora de la Merced (Pasión), de la iglesia de El Salvador de Sevilla. La corona que realzó este lecho procedía de la Catedral de Málaga.
Finalmente, la candelería, que se dispuso en los dos frentes principales del zócalo, fue cedida por la Pontificia y Venerable Archicofradía Sacramental de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Redención y Nuestra Señora de los Dolores. En ella se instalaron bombillas que imitaban la parpadeante luz de las velas. La iluminación en estos monumentos no era un asunto baladí, sino que tenía una profunda carga simbólica, de ahí que se distribuyeran una gran cantidad de velas, antorchas, hachas y candelabros por todo el túmulo, exponiendo alegóricamente al alma que no se apaga, la luz de Cristo y la resurrección.
Todo el conjunto estuvo cobijado bajo un solemne pabellón de crespón negro con flecos dorados, de espléndida caída. El visitante de la exposición, cuando entraba en la penumbra de la capilla, escuchaba música española para ceremonias fúnebres, que fue enviada por la Sociedad Española de Musicología; en esos momentos se suspendía el ánimo y parecía revivirse la experiencia de quienes asistieron a estas funciones en el pasado.
Con esta cesión temporal, nuestra Archicofradía, una vez más, contribuyó al enriquecimiento cultural de la ciudad, dando ejemplo de su compromiso con la promoción y preservación del arte y la transmisión del conocimiento.
[1] Parte de este texto fue publicado en: CAMACHO MARTÍNEZ, R. y ESCALERA PÉREZ, R., “El túmulo de la exposición ‘Fiesta y simulacro’”, Boletín de arte (2013), nº 34, pp. 353-358.