UN RECIBO DEL ESCULTOR ANTONIO DE MEDINA Y MORENO POR SUS TRABAJOS PARA LA CAPILLA DE NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES EN 1790

Juan Antonio Sánchez López

Universidad de Málaga

 

 

La extraordinaria riqueza documental del Archivo Histórico de la Archicofradía de los Dolores de San Juan y su perfecta conservación hasta nuestros días proporciona a los historiadores una gran cantidad de datos sobre la vida cotidiana, la gestión interna, el sentir religioso y la promoción patrimonial de las Hermandades de Pasión de Málaga, a través de los testimonios referidos a una corporación, cuanto menos emblemática. Sin embargo, algo que debería ser habitual en una ciudad de tan honda tradición y con numerosas corporaciones de recorrido secular se convierte, una vez más, en una excepción como consecuencia de los sucesos de los años treinta, por desgracia tantas veces referidos.

Con frecuencia suele olvidarse que, durante siglos, la promoción artística de las Cofradías iba más allá de la provisión de efectos y enseres destinados al culto procesional. De hecho, durante siglos fue bastante más importante para ellas la conveniente dotación y exorno de las capillas que exponían al culto diario las imágenes titulares en sus sedes canónicas (ya fuesen templos propios, parroquiales o conventuales) con retablos, ciclos pictóricos, pinturas murales, relieves, yeserías, vidrieras, mobiliario, lámparas y, por supuesto, piezas de platería y ornamentos textiles destinados al servicio del altar. Con relativa frecuencia estos espacios eran objeto de constantes reformas que, unas veces, se limitaban a labores ornamentales y otras a completas renovaciones, que podían conllevar, incluso, su completa reedificación. Detrás de tales iniciativas se palpan diversos factores causales, cuales el esplendor económico de la corporación, el incremento de la popularidad y devoción de los titulares y/o empresas de mecenazgo emprendidas a costa de las limosnas de los hermanos o el peculio particular de cofrades de holgada posición económica y preeminencia social.

Así las cosas, en 1758 se registraban los primeros movimientos por parte de los hermanos de Nuestra Señora de los Dolores para afrontar importantes proyectos encauzados al mayor esplendor del culto interno de la corporación en el templo parroquial de San Juan. Con gran esfuerzo por parte de sus integrantes, la obra del camarín, retablo y composición de toda la capilla, reconstruyéndola de nueva fábrica, no sería una feliz realidad hasta 1790. La obra de albañilería, carpintería y cerrajería importó un montante de 10.428 reales de vellón, firmándose el correspondiente finiquito por los obreros el 10 de abril de dicho año. La realización de los trabajos tuvo una duración de veintinueve semanas, si bien el acabado de algunos detalles se prolongó algunas más en el tiempo.

Entre esos “detalles” figuran el dorado y jaspeado del retablo realizado por el autor del mismo, Miguel de Tarria, las vidrieras de Cristóbal Guth y precisamente el que protagoniza el presente “documento del mes”: el encargo al escultor Antonio de Medina y Moreno de dos esculturas de San Juan Evangelista y Santa María Magdalena para los intercolumnios del flamante retablo. A tal efecto, el artista extendía y firmaba a 25 de (no consta el mes) de 1790 el pertinente recibo a cuenta de los 400 reales de vellón percibidos por su trabajo. En nombre de la Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores actuaba Julián María Gómez, uno de los dos mayordomos comisionados por la corporación para supervisar la fábrica y remodelación de la capilla. De hecho, este personaje figura como tal junto a Juan Oliver en el encabezamiento del libro de cuentas abierto expresamente con este fin. La necesidad de procurar ayudas de costa a la renovación integral de la capilla, movió igualmente al Cabildo de hermanos a autorizarlos para cobrar las limosnas extraordinarias para tal propósito que estuviesen pendientes de pago, así como a enajenar un frontal y dos santos de talla en desuso (posiblemente, las hechuras de San José y San Antonio de Padua sobre repisas reseñados en los inventarios anteriores) para aplicar los beneficios de su venta a este mismo fin.

La colocación de estas dos esculturas en los flancos del retablo de Nuestra Señora de los Dolores secunda una pauta relativamente habitual en el discurso iconográfico barroco de altares y capillas presididos por imágenes pasionistas, ya sea de la Virgen Dolorosa y/o de Cristo en algún instante de la Pasión, con la intención de completarlo al ofrecer una visión conjunta del elenco esencial de personajes evocadores del drama del Calvario. En este sentido, la documentación fotográfica anterior a 1931 demuestra la presencia del Evangelista y la Magdalena en los laterales del retablo de la Capilla del Monte Calvario, así como en los altares contiguos del Cristo de la Sangre y del Cristo de la Epidemia en la basílica de la Victoria. En todos estos casos se trata de esculturas de mediano formato que, justo es decir, presumiblemente también tendrían las esculpidas por Antonio de Medina para adaptarlas convenientemente a su ubicación.

En la reconstrucción del aspecto primitivo del retablo de Nuestra Señora de los Dolores, en San Juan, realizada por Carlos Castellón Serrano se advierten las reseñadas esculturas situadas entre los estípites y una gran cruz en el remate del retablo, además de los cuatro ángeles dieciochescos apeados a doble altura en el arco de embocadura del camarín que, a diferencia del San Juan y la Magdalena, sobrevivieron a las destrucciones de 1931 y 1936 y, por fortuna, siguen ocupando el lugar para el que fueron concebidos. Sobre la mesa de altar al pie del camarín, despunta el Niño Jesús de Pasión que figuraba en los inventarios de la Archicofradía a modo de visión premonitoria de los futuros sufrimientos del Redentor, por lo demás presagiados por Simeón en el primero de los Siete Dolores de la Virgen.

El escultor Antonio de Medina y Moreno forma parte de una de las siete familias que jalonan la trayectoria histórica de la escultura malagueña del Seiscientos y el Setecientos: los Gómez, los Zayas, los Asensio de la Cerda, los García Quero, los Medina, los Godoy y los Morales Bazán; estas dos últimas ligadas a la problemática del retablo. La movilidad fue el rasgo significativo de los Medina, cuya figura más destacada fue José de Medina y Anaya, sin duda uno de los artistas malagueños más influyentes del XVIII, si bien su presencia física en Málaga fue relativamente escasa en comparación a la actividad escultórica que desarrolló como un artista eminentemente nómada por pueblos y ciudades de las provincias de Córdoba, Sevilla y Jaén.

Dos de sus hijos siguieron la profesión paterna: Mateo de Medina y Moreno, que permaneció en Jaén, y Antonio de Medina y Moreno que, aunque nacido en la capital del Santo Reino, se trasladó a Málaga a finales de la década de 1770. El momento elegido quizás no fuese casual, pues por aquellos años ya habían fallecido Fernando Ortiz y Pedro Asensio de la Cerda y su vacío artístico comenzaba a hacerse notar cada vez con mayor intensidad. De hecho, desarrolló una intensa actividad en la ciudad trabajando para la Catedral (relieves laterales de la capilla de la Encarnación y parte del programa escultórico de los órganos), las órdenes religiosas y las parroquias. Para San Juan realizó un San José destruido en 1931, al igual que la Virgen de Valvanera (1780) para los Trinitarios Descalzos y el Apostolado acometido antes de consagrarse la actual fábrica de la parroquia de los Santos Mártires en 1777.

Este importantísimo conjunto escultórico ha venido siendo atribuido tradicionalmente a su padre, José de Medina y Anaya, aunque, más recientemente, se ha adscrito a la producción de Antonio de Medina y Moreno. Desde un punto de vista iconográfico y compositivo, seguía la estela de otros grandes Apostolados dieciochescos instalados en grandes templos españoles a imitación de la Galería de los Apóstoles, dispuesta en la nave central de la basílica romana de San Juan de Letrán entre 1705-1718. Entre ellos, sobresalen los esculpidos por Pedro Duque Cornejo (1713-1718) para la granadina basílica de las Angustias y por José Ramírez de Arellano (c. 1745-1750) para la iglesia de San Felipe y Santiago en Zaragoza.

En definitiva, el recibo despachado por sus trabajos para el retablo de Nuestra Señora de los Dolores viene a significar un interesante y nuevo testimonio de la actividad de Antonio de Medina y Moreno, completando los datos sobre su biografía y producción y refrendando el papel promotor del arte desempeñado por las Hermandades de Pasión dentro del organigrama clientelar de los Siglos de Oro.

PIES DE FOTOGRAFÍAS

 

 

  1. Recibo librado por Antonio de Medina y Moreno a cuenta de las esculturas de San Juan Evangelista y Santa María Magdalena para el retablo de Nuestra Señora de los Dolores (Archivo Histórico Archicofradía Dolores de San Juan).

 

  1. Fábrica de José María Fuertes. Retablo de la Capilla del Monte Calvario (Litografía s. XIX). Obsérvense las esculturas laterales de San Juan Evangelista y Santa María Magdalena.

 

  1. Cristo del Calvario y San Juan Evangelista (c. 1756). Capilla del Monte Calvario. Desaparecidos en 1936.

 

  1. Altar del Cristo de la Sangre. Basílica de Santa María de la Victoria. Desaparecido en 1936.

 

  1. Conjunto del Cristo de la Epidemia. Basílica de Santa María de la Victoria. Desaparecido en 1936.

 

  1. Carlos Castellón Serrano. Reconstrucción del retablo y programa iconográfico del retablo de la capilla de Nuestra Señora de los Dolores.

 

  1. Antonio de Medina y Moreno (atribución). Apostolado (c. 1777). Parroquia de los Santos Mártires. Desaparecido en 1931.