Tienen entidades artísticas independientes pero están perfectamente encardinadas en la globalidad del trono. Diferentes han sido los diseñadores, al igual que la mano ejecutora, lo que prueba una vez más, el sentido de búsqueda y de interconexión entre diferentes mentes creadoras, pulsadas en semántica barroca y rococó.
Ánforas
Fueron planteadas por el imaginero Antonio Dubé de Luque en 1984. El mentor también del palio interpreta un modelo clásico del léxico del setecientos reproducido en varias escalas a tenor de la ubicación en el trono: frente o laterales. Entre los espacios de las barras del palio, adquieren una mayor envergadura y están interpretadas con cuerpo periforme con cabeza de querubín y guirnaldas desde la parte superior; estos detalles también aparecen en las caídas y cornisa del palio. Están elevadas sobre sigmas contrapuestas unidas por una anilla central; las asas son de tallo esbelto realizadas con elementos extraídos del mundo vegetal y sirven de asiento a unas argollas decoradas con flores. La parte superior aparece con más decoración distribuida por una serie de molduras con decoración incisa y repujada siguiendo la directriz sinuosa de la garganta y de la embocadura de la pieza. Fueron realizadas en 1985-1986 por el taller hispalense de Villarreal en alpaca blanca.
Candelería
Herederos de los modelos de la primera mitad del siglo XVII, la Archicofradía posee un juego de setenta y ocho candelabros de diversos tamaños que se colocan delante de la imagen en el trono, a la manera de zarza ardiente bíblica. En la Semana Santa de 1991 fueron estrenados y están realizados en alpaca plateada por el sevillano José Jiménez Jiménez, autor asimismo del diseño de las piezas. Sigue la línea del prototipo cultivado en el siglo XVIII con base triangular con pies en forma de sigmas que convergen en su parte superior de donde nace el vástago moldurado en varias secciones cóncavas-convexas con decoración de gallones, hojas de acanto y palmetas así como otros recursos ornamentales geométricos y fitomórficos.
Faroles
Dos grandes faroles cierran el espacio superior del trono por cada lateral. Estos habitáculos de cristal y alpaca plateada se monumentalizan para alumbrar el manto, centralizando el último vano que dibujan las columnas del palio así como el comienzo de la caída del manto merced a un brazo que nace junto a la última base de la barra; de este modo queda suspendido y se proyecta hacia el exterior del paño trasero del canasto.
Alberto Rosaleny Soria plasma en un diseño las líneas directrices a desarrollar por el orfebre en 1987. Los hermanos Marín llevaron la parte ejecutora del proyecto y fue estrenado dos años más tarde, aunque se sometió a una serie de reformas posteriores a cargo del orfebre José Jiménez. La alpaca plateada adquiere carta de naturaleza en cuando al material empleado junto al cristal. Son obras de gran tamaño que nacen de un vástago moldurado que sujeta a un cuerpo central octogonal de grandes vanos donde se acristalan las paredes y en su interior se alojan varios porta cirios; para facilitar la combustión de las llamas, se cubre con una tapa horadada en metal plateado que se remata en perilla o macolla central. Lo interesante desde el punto de vista iconográfico y ornamental es la ornamentación de cada arista resultante en el cuerpo central, así como la línea de cornisa curva de donde penden cabezas de querubes y guirnaldas. Estos dos últimos elementos lo vemos en ánforas y palio por lo que asistimos a una homogeneidad ornamental entre las partes que conforman esta compleja empresa artística.
Peana
En la segunda mitad del siglo XVII encontramos ejemplos importantes que sirven de base o asiento para determinadas imágenes que están al culto. Se trata de una plataforma que eleva la sagrada efigie del suelo, y la estructura viene a ser la misma: un juego de molduras interpretadas en toros y escocías que se van alternando para lograr un perfil cóncavo-convexo y que es heredero de las primitivas peanas-triunfo de traza tronco piramidal.
El taller sevillano de Viuda de Villarreal resuelve en 1985 un diseño imbuido de un acertado equilibrio entre todos los elementos que la conforman. Una vez más este taller de del barrio de Triana, interpreta con gran exactitud la propuesta, esta vez de ellos mismos, y labrándola en alpaca plateada dos años más tarde.
Una sección trapezoidal se convierte en eje de la obra donde se inscribe una tarja apergaminada con las armas de la Archicofradía. Sobre un listel o baquetón liso a la manera de pestaña, asistimos a una sucesión de molduras superpuestas en toro y escocia con un ornato extraído del mundo de la vegetación y de la geometría: gallones, puntas de diamante, ovas, roleos y rosetas toman carta de naturaleza a lo largo de toda su superficie.
Relicario
Es indubitable el nexo existente entre la Archicofradía y las Hermanas de la Cruz. Desde aquél primer cántico entonado al paso de la Virgen delante de su convento, muchas han sido las muestras de confraternidad entre la institución nazarena y el cenobio fundado por sor Ángela de la Cruz. Sobre el trono de la Virgen, una reliquia de esta admirada santa es procesionada en un relicario proyectado por Fernando Prini en 2004. Los talleres Borrero (orfebrería Triana) lo realizaron en plata blanca y sobredorada con cristal de roca para las partes centrales de la cruz; fue estrenado el Viernes Santo de 2006, cuando el trono de la Virgen volvió a salir desde el templo jesuita del Sagrado Corazón de Jesús, puesto que su sede canónica estaba en restauración.
Ocupa la calle central de la candelería y se expone sobre un pedestal encima de la capilla frontal del trono. Desde el punto de vista formal, el stipes de la cruz se eleva sobre un plinto con tondo dorado donde aparece el busto de la santa en plata dorada; sobre él se eleva la cruz latina con rayos alternantes que nacen de los ángulos de su crucero. En los brazos se alterna la plata blanca y el cristal para imprimir un aspecto más etéreo al conjunto; la reliquia se expone en la intersección de los brazos dentro de una caja cilíndrica acristalada en plata dorada.